Cuando perdimos la sucursal del cielo


CALI YA NO ES CALI
¿Cuándo perdimos la 'sucursal del cielo'?


María Jimena Duzán. Columnista de EL TIEMPO.
Desde que los dos canales privados de televisión se convirtieron en una procesión infinita de telenovelas insulsas y anodinas, mi refugio predilecto ha sido la televisión cerrada. Sin embargo, el otro día me tropecé con un capítulo de la serie La sucursal del cielo, emitida por el canal Caracol, producida por Colombiana de Televisión y dirigida por Carlos Duplat. Debo confesar que tanto la historia como sus personajes lograron atrapar de inmediato toda mi atención.
La serie rememora la Cali de los setenta: aquella ciudad pujante que fue sede de los VI Juegos Panamericanos; la misma que fue escogida por las multinacionales norteamericanas más grandes de ese momento como centro de sus operaciones en América Latina; la Cali mestiza y cadenciosa, donde las fronteras entre blancos y negros se estrecharon con la llegada de un número significativo de afrodescendientes a los barrios de clase media tradicionalmente blancos y que afianzó una cultura musical que refundó la salsa; pero también la Cali transgresora y contestataria, epicentro de un movimiento estudiantil importante que sirvió de inspiración a un grupo de jóvenes pertenecientes a la burguesía de Cali para explorar en el mundo audiovisual, y "a hacer cine en un país que no tenía cine". Fue el Cali de Caliwood, de Carlos Mayolo, de Luis Ospina, de Andrés Caicedo y de documentales que hoy son reconocidos como el embrión del cine nacional, como Oiga, vea y Agarrando pueblo. ¿No era esa la 'sucursal del cielo'?
Viendo esa Cali que nos muestra la serie, resulta inevitable la pregunta: ¿dónde quedó esa ciudad pujante, audaz, referente cultural de los colombianos? ¿Cuándo la perdimos?
Lo pregunto, porque desde entonces Cali ha venido en picada. Según el programa presidencial de derechos humanos, la capital del Valle detenta desde hace más de 13 años una tasa de homicidios por cada cien mil habitantes muy superior al promedio nacional. (¡Entre el 2003 y el 2004 la tasa de homicidios fue de 91 mientras que la tasa nacional fue de 44,2!) En la década de los ochenta, la capital vallecaucana fue azotada por la violencia guerrillera del M-19 y se convirtió en el teatro de operaciones de fuerzas oscuras que emprendieron una "limpieza social", masacrando indigentes por las noches en las comunas como si se tratara de un juego de tiro al blanco. Con el surgimiento del cartel de Cali, la tasa de homicidios se dispara y por cuenta del proceso ocho mil una buena parte de su dirigencia política termina tras las rejas.
El desmantelamiento del cartel de Cali, lejos de producir un alivio en la tasa de homicidios, la incrementa, pues se desata una pelea por el control del negocio entre dos alas del cartel del norte del Valle, que aún no termina. Simultáneamente, la falta de empleo y de oportunidades para los jóvenes de las comunas de Cali los empujan a enrolarse en el mundo del sicariato, poniéndolos al servicio de las oficinas de cobro, que hoy pululan por toda la ciudad.
En los seis años de seguridad democrática, Cali y Buenaventura son las únicas ciudades del país en que la tasa de homicidios subió. Y esa ciudad, que fue referente cultural en los setenta, hoy es el epicentro de la cultura traqueta, como bien lo plasma Pilar Quintana en una de sus novelas. Hay que recuperar a Cali de los violentos, de los traquetos, y de los políticos, que son la cabeza de playa de mafias poderosas. Ese es el reto que tienen ante sí el nuevo Alcalde de la ciudad y el Gobernador, que tiene injerencia en todo lo que pasa en la capital del Valle. ¿Sí podrán? ¿Tendrán la suficiente independencia para poder hacerlo?
P.D. Varios interrogantes suscita la captura de Andrés Camargo, ex director del IDU durante la administración Peñalosa, por cuenta del affaire del relleno fluido. ¿Cómo entender que la justicia penal juzgue con el mismo rasero al contratista de la obra que presuntamente hizo mal uso del dinero del Estado y al funcionario que a lo sumo se equivocó en el procedimiento? Si esta tendencia prospera, hacia el futuro difícilmente funcionarios honestos y eficientes se embarcarán en nuevas obras públicas.




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